19 de octubre de 2008

Gigantes y Cabezudos


Cuando pienso estupideces en voz alta se me ocurren absurdeces tan desproporcionadas como pasar a la historia cueste lo que cueste. El problema llega cuando me pongo el mono de pasar a la historia (2 euros en Carrefour) me planteo en que puedo destacar y no tardo en darme cuenta, que hasta que comer seis donuts para merendar no sea un deporte no podré ser medallista olímpico, tampoco tengo pulso como para ser un prestigioso cirujano, no soy un joven mozo con cualidades para la política ni tengo tiempo para descubrir en Tailandia a la única mujer que anuncia detergentes sin poner voz de alienígena.


Me llegue a plantear la posibilidad de crearme un pasado turbio que me diera la oportunidad de salir en Callejeros o inventarme un affaire con Maria del Monte, pero quiero ser innovador y estas dos cosas están mas vistas que el campeonato de bolos del Gran Prix, así que no me queda otra que convertirme en un selectivo asesino en serie. Para ser un gran asesino, contra lo que la gente piensa no es imprescindible tener una sangre tan fría como para congelar el Sahara ni mucho menos una inteligencia de científico coreano, solo se necesita ser compañero de viaje de la escoria y tener mucho tiempo libre sino que se lo pregunten a John Lennon. Pensándolo fríamente cualquier desecho humano puede paralizar el mundo durante días y semanas con un disparo en la nuca de Obama, el Papa, Spielberg o Constantino Romero sin pagar iba ni peaje.


Obviamente no entra en mis planes matar a nadie y mucho menos a Constantino Romero, pero sinceramente no me gustaría que me dijesen que mi tía la del pueblo fue la responsable del 11-S, pero prefiero ser descendiente del tipo que eliminó a personajes históricos de la talla de Julio César o Giordano Bruno, que de uno de tantos tristes agricultores de misa diaria, amistad con la naturaleza y colaboración con leprosos.

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