5 de marzo de 2014

los diferentes


Mi primo Prudencio siempre fue mi mejor amigo. Un día, después de despedirse de todo Manzón del Río, porque en los pueblos todos somos familia, cogió un saco con ropa y se largó a Barcelona. Aquello fue un drama para mí. Volvió de visita a los siete meses. Estaba muy cambiado. El tío llevaba ropas llamativas, una barba que olía a sudor de viejo, unas New Balance rosas y una frase de Bukowski tatuada en la nuca. Aún así, le abracé. Había esperado con mucha ansia su regreso. Le hablé de los planes que había pensado hacer con él durante el tiempo que estuviera en el pueblo. Durante esos días, a priori insustanciales, nuestras vidas cambiarían para siempre.

Me confesó que ya no le divertía matar gallinas a pedradas, ni siquiera nuestras competiciones a ver quién tiraba la carretilla más lejos. Que lo que se llevaba ahora es tener inquietudes. Que a él ahora le gustaba el jazz, el blues, la fotografía y leer. Mi primo, que desde que es gilipollas, o sea desde siempre, lo único que había leído era la Guía Marca, ahora decía que le apasionaba leer. Lamenté no ir armado.

Comenzaba a ponerme nervioso, cuando me comentó que desde que tenía inquietudes no paraba de follar: Lituanas, ucranianas, filipinas, de La Manga del Mar Menor... mi primo, que es tan feo que siempre terminaba liándose con la bizca del pueblo, no paraba de copular. A veces, según me dijo, hasta con tías que pronunciaban todas las letras de una palabra. Me dio rabia. Le acompañé a la ciudad.

Nada más llegar a la estación de autobuses de Barcelona, o Barna como decía mi primo, me entraron muchas ganas de almorzar. Le dije de hacernos un plato de huevos fritos con jamón. Me dijo que no, que no tengo ni idea, que lo que se lleva ahora es el brunch. El brunch, para los que no sabéis lo que es, es como un almuerzo pero costándote tres veces más.

Por la noche le pedí a Prudencio que me llevara a conocer a su cuadrilla. Hizo todo lo posible para tenerme alejado de ellos, pero finalmente accedió. Fuimos al piso de un tal Beto. Allí, se bebía vino blanco, se utilizaba mucho la palabra bizarro y se escuchaba música en vinilo. Mi primo no paraba de repetir lo bien que sonaba la música en un tocadiscos. Parecía razonable. Lo que no me lo parecía tanto, es que escucharan la música con la tele de fondo y hablando, con lo que era casi imposible detectar la supremacía de la música en vinilo, pero supuse que ellos podrían hacerlo de alguna manera. Me aburría muchísimo. Pronto se pusieron a discutir sobre temas absurdos, como qué se llevarían a una isla desierta. Beto dijo: “La invitación a la ejecución” de Nabokov. Me pregunté si era un actor porno de Los Urales, pero se ve que no. José Manuel o JM, que era otro despreciable amigo de mi primo, dijo que a la isla se llevaría su ukelele y a la Natalie Portman de Closer. A mi primo le bastaba con el olor a lluvia por las mañanas. Todavía desconozco por qué con esta pregunta todo el mundo se ve obligado a responder algo creativo. Yo dije que comida y agua. Todos se rieron. Beto dijo que yo era un asilvestrado. No supe que significaba pero le rompí las gafas igual.

Habían agotado mi paciencia. Tras deliberar durante más de dos minutos, decidí acabar con la vida de mi primo para que mi familia no sufriera viendo en lo que se había convertido su chaval. Sus inquietudes, y no yo, serían su verdugo. En un primer momento pensé en estrangularle mientras dormía, pero pronto se me ocurrió algo mucho más pedagógico. Le dormí a base de cabezazos, nada de esos pinchazos modernos de hoy en día, y me lo llevé a Santa Felisa, una isla horrible entre Perejíl y Algeciras. Le dejé solo en aquel islote desierto donde ni siquiera había un puto arbusto en el que colgarse. Su único contacto con la humanidad sería mi amigo Miroslav, un ex terrorista checheno al que conocí en unas colonias en Albarracín, Teruel. Le encargué a Miroslav la misión de ir a la isla dos veces por semana para comer carne del bierzo y espárragos de Tudela en presencia de mi primo Prudencio. Le dije a mi primo que no se preocupara, que iba a tener olor a lluvia todas las mañanas.

Volví tres días después para contemplar mi creación. Mi primo estaba tirado sobre la arena. Débil. Muy sucio. Muy poco guay. Me cogió de la mano, y utilizando la última reserva de liquido para llorar, me dijo que admitía ser un farsante. Una estafa. Un puto fariseo. Me confesó que seguía escuchando a José Manuel Soto en la intimidad. Que no quería ir en una incómoda bicicleta existiendo mil combinaciones de metro. Que odiaba The Artist, pero como era muda y en blanco y negro, no tenía agallas para criticarla. Que odiaba tener que llevar una Polaroid habiendo cámaras digitales cojonudas. El comprar ropa de segunda mano más cara que la de primera. El rememorar los años 80 sin chutarse heroína. El tener que repetir que fumaba tabaco de liar porque era más barato, siendo su padre el que más gorrinos tenía en toda la comarca. Pedía clemencia por haberse alineado con los poseedores de la verdad. Por haber puesto maquillaje a su mediocre vida.

Después de humillarse diseccionando durante largas horas su gran farsa, intentó hacerme entender las razones que le habían llevado a convertirse en hipster. Me reveló que él, y la gente como él, se aprendían tres músicos, tres directores de cine y un par de escritores, con los que siendo tremendamente feos podían competir en las discotecas. Que todo era una estrategia para contrarrestar esos dientes que siempre pierden al Tetris, sus pelos en la parte trasera de la oreja y su poca agilidad mental a la hora de ligar. Aquel gesto honró a mi primo, pensé en salvarle la vida, pero Miroslav ya le había cogido el gusto a eso de comer delante suyo, y claro, no iba a joder al chaval con lo mal que lo están pasando en su país.

Gracias a la confesión de mi primo había encontrado la fisura que toda la sociedad buscaba en la coraza de los hipsters. Podía revelar su estafa al mundo. Podía dejar Malasaña como Pompeya. Podía terminar con ellos para siempre. Pero antes, recordé que yo también era feo. Muy feo. Mis cantantes favoritos pasaron a ser John Coltrane, Ian Curtis y Edith Piaf. Me comentaron que David Linch, Yasujiro Ozú y Bergman podían servirme como directores de cine. Burroughs y Dos Passos, mis escritores de cabecera. Todavía sigo jugando.



No hay comentarios: