25 de diciembre de 2007

boicot al noble arte de quitarse la roña


La gente se ducha o se deja de duchar dependiendo de la importancia que da a lo que pueda pensar su entorno (me ducho todos los días). A nadie con dos dedos de frente le puede apetecer ducharse con este frío que te deja la nariz tan morada, como las camisetas del cretino de Andrea Casiraghi y los pies como unos buenos Frigopie, recién sacados de un poca acogedora nevera ucraniana.

En mi caso la cosa va más allá, odio ducharme incluso cuando mi ropa soporta un río del más desagradable de los sudores. Debo reconocer que posiblemente en el hipotético caso, en que regresara condecorado por luchar en Vietnam o de perder una apuesta, que me obligase contra mi voluntad a pasar una noche loca como gigoló de Paz Padilla. Si de mí dependiese tampoco me ducharía, ya que es una pereza: enciende el grifo con tus 4 y medio de miopía. Espera un rato para que se ponga caliente, el suficiente para que sientas en tus carnes lo que siente un trineo en un día laboral. Busca toallas, champú del normal del que a ti te gusta. En definitiva, que bella es la vida del cerdaco.

Esto sin tener en cuenta que el tiempo que pierdes aseándote al cabo de los años es más que considerable. Lo pienso y en ese tiempo, que estado cantando canciones horteras bajo la ducha, podría haber tirado la Bonoloto y haberme forrado como un cabrón, se podría haber enamorado de mi Scarlet Johanson, incluso con esfuerzo podría haber ganado el campeonato de cervezas del bar más casposo de mi barrio.

Amigo mío se sincero, si vivieras en una aldea fantasma del sur de Kazajstán o en un iglú de la lejana Groenlandia ¿ te ducharías con tanta asiduidad?

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